El viaje de una pompa de jabón
por Isabel Mª Martínez
Mai era una niña de 7 años, tenía mucha imaginación,
pero lo que más deseaba en el mundo era poder volar;
incluso, un día que se acostó temprano sintió como su
cuerpo empezó a flotar, elevándose desde su camita,
hasta que notó que su espalda tocaba el techo.
Sintiendo el contacto continuo del techo en su espalda,
salió de su habitación, cruzó el pasillo y acabó en la
habitación de sus padres, descendió y se quedó
profundamente dormida. No sabemos el tiempo que
trascurrió pero se despertó al oír como su madre,
tiernamente, la llamaba –Mai, Mai…despierta tesoro,
estás en la cama de los papis y te tienes que ir a la
tuya- Mai; a lo largo de su vida defendió que esa noche
había volado, nadie la ha podido convencer hasta hoy de
lo contrario, a pesar de que algún amigo le habló de que
existen los viajes astrales.
A partir de ese momento, Mai habla de su viaje astral,
pero solo para que no la miren demasiado mal; en el fondo
de su alma se siente afortunada porque sabe que esa
noche pudo hacer algo increíble: VOLAR.
Pero esa es otra historia que veremos en otro momento,
por ahora volvamos a los siete años de Mai. A Mai le
encantaba jugar con las pompas de jabón, imaginaba lo
que sentirían al ser ingrávidas y poder flotar en el aire, al
notar el roce del viento sobre su húmeda y frágil superficie
redonda, le gustaban sus colores, forma y movimientos.
Eran preciosas.
Muchas veces, su madre le hacía un preparado en un vaso
de plástico a base de agua y jabón de friegaplatos, le daba
una pajilla y ya sabía que Mai, a pesar de lo revoltosa que
era, estaría entretenida toda la tarde.
Una tarde de sábado, su madre les había preparado,
a ella y sus hermanos Peter y Caramica, tres vasitos con
agua y jabón, para que jugaran en la terraza. Y aunque hoy
parezca absurdo, para ellos la tarde de pompas era una
auténtica fiesta.
Pronto, el espacio inmediato más allá del balcón se llenó
de pompas, volaron en todas direcciones, algunas les
explotaban en la cara y los tres hermanos reían por ello.
Otras, guiadas por el viento volvían a entrar en el balcón;
dejaron el suelo sucio y mojado, su madre ya contaba con
ello, pero eso no le importaba.
Mai sopló con conocimiento de causa, ya era una experta
y sabía que no podía ser ni muy fuerte ni muy suave, el
caso es que salieron de la pajilla cinco maravillosas
pompas de jabón grandes y perfectas.
P.a fue la primera, asombrada, gritó a las demás –Mirad
que alto- pues Mai vivía en un quinto piso.
P.e fue la segunda, pero no le dio tiempo a decir nada,
ya que se estrelló contra el toldo que protegía a la vivienda
contra el sol.
P.i fue la tercera y arrastrada por el viento siguió el mismo
camino que P.a, y en un momento dado le dijo –hermana,
¡que bonito es todo!- y P.a le contestó –si, yo también
estoy muy emocion…- pero no pudo acabar la palabra que
quería decir, emocionada, ya que explotó en un sin fin de
puntitos de lluvia de color.
P.o fue la cuarta y ascendió rápidamente tras una súbita
corriente de aire que la empujó hacia arriba, no sabemos que
pasó con ella puesto que nadie le siguió la pista.
P.u fue la última, pero Peter, al que ya se le había acabado
su mezcla de agua y jabón, como niño travieso que era,
se dedicó a fastidiar a sus hermanas, explotándoles todas
las pompas que hacían. P.u se encontró, de pronto, entre
sus palmas, pero no sufrió.
Los tres hermanos siguieron pasando una tarde deliciosa
y ahora el juego era ver si Peter podía explotar todas las
pompas que Mai y Caramica hacían, antes de que tocaran
el suelo.